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“Desde niño, fui criado en una familia cristiana, donde la Palabra de Dios, la persona de Jesús y sus enseñanzas siempre fueron una parte central de mi vida. A los nueve años, comencé a comprender que necesitaba a Dios profundamente, pues el Espíritu Santo me mostró mi necesidad de Él y mi realidad como pecador.
Las lecturas familiares de la Biblia penetraban mi corazón; a veces, me removían de tal manera que sentía que mi conciencia me acusaba. Fue en esos momentos de inquietud que le hablé a mi padre sobre mis miedos y preocupaciones, y él me aconsejó que orara y confiara en Dios.
Un día, mientras estaba solo en el jardín, sumido en mis pensamientos, escuché de repente un ruido fuerte que resonó en el valle. Me asusté profundamente, pensando que era la voz de mando del Señor que venía por los suyos. Sentí que me había quedado atrás y, por un instante, pensé con terror que estaba perdido para siempre.
En ese momento, la puerta del jardín se abrió y vi a mi padre. Sentí un alivio inmenso: el Señor aún no había regresado. Todavía había tiempo para ser salvo. Le pregunté a mi padre sobre el ruido, y me explicó que era simplemente un recolector ambulante anunciando su llegada. Mi conciencia, llena de temor, me había hecho confundirlo con la voz del Señor.
Poco tiempo después, el 23 de enero, me desperté con una convicción tan clara como la luz del día: ¡soy salvo! Ese día Dios me dio la certeza de que Él me amaba y que, al entregar a su Hijo, me había concedido la vida eterna. Han pasado más de 64 años desde entonces, y, a lo largo de todo este tiempo, he esperado su regreso, ahora sin temor.”
Amós 5 – Tito 3 – Salmo 109:6-19 – Proverbios 24:15
El Señor en ese instante tenía una gran lucha interior, porque se acercaba el momento de su muerte, pero sabía que la única manera de traer redención a la humanidad era cumpliendo el plan que Dios le encargó. Y este plan era el de entregarse como sacrificio perfecto en pago por los pecados de todo el mundo.
Como hombre, Jesús sabía que lo que vendría sería muy difícil de soportar, que el estar colgado en la cruz, sería uno de los dolores más intensos y horrendos que como humano tendría que experimentar. Jesús se aparta del grupo de discípulos más selecto, y le ora al Padre pidiendo que pase de El esta copa.
Llegaba el momento en que Dios iba a derramar la copa de su justa ira por los pecados del mundo sobre Su Hijo, quién se iba a hacer pecado en nuestro lugar.
De hecho, la culpa y el costo de nuestro pecado fueron tan grandes, que Jesús mismo se sintió desamparado por Su Padre al tomar nuestro castigo en la cruz. Por experimentar momentos tan duros como estos, sabemos que Jesús conoce nuestras debilidades.
El sabe que somos frágiles y que en tiempos de dolor o angustia, si nos dejamos llevar por nuestras emociones, podemos tomar decisiones equivocadas. Pero nos deja en claro que si tenemos una confianza profunda en Dios, si le expresamos lo que sentimos, recibiremos la fortaleza necesaria para continuar aun cuando parece no haber salida.
Por esto, no tenemos que ignorar el gran poder que tiene la oración, ya que con ella es posible derribar los mayores obstáculos.
En la biblia hay cientos de ejemplos en los que Dios nos muestra el poder de la oración. La oración es una petición para que Dios pueda actuar, y el poder de la oración no es el resultado de la persona orando, sino por el contrario, el poder reside en Dios a quién le oramos. Toda oración es poderosa cuando le pedimos a Dios hacer Su obra en nuestra vida y en la vida de otras personas.
Estamos pasando tiempos complicados y tal vez orar te resulte difícil, pero es justamente en estos momentos cuando debes aprender a depender más de Dios. Pablo nos enseña que los problemas no tienen que llevarnos a la preocupación sino a la oración: “No se preocupen por nada; en cambio, oren por todo. Díganle a Dios lo que necesitan y denle gracias por todo lo que él ha hecho”Filipenses 4:6 (NTV) Este versículo, es un gran ejemplo de Jesús que te debe ayudar mucho en momentos de sufrimiento y debilidad.
Podés salir adelante en esos tiempos teniendo como tu principal arma la oración. No pongas tu voluntad por encima de la Voluntad de Dios. No quieras hacer las cosas a tu manera. No le digas a Dios lo que tiene que hacer. Utiliza la difícil lección de orar como Jesús: “No se cumpla mi voluntad, sino la tuya”. Para pensar: ¿Cómo está tu vida de oración?¿Crees en el poder de la oración?¿Oras a Dios para que te de paz en estos tiempos?